lunes, 15 de diciembre de 2014

Amor y aprendizaje

Cuando hablamos de aprendizaje, necesariamente hablamos de transformación. Esta transformación se relaciona, entre otras cosas, con los cambios que se producen cuando reflexionamos, cuando nos hacemos preguntas que implican la modificación de nuestros esquemas de percepción y actuación. Aprendemos cuando se produce un cambio en el sentir, actuar y ver el mundo, cuando modificamos nuestros esquemas y armamos otros nuevos, que también son modificables. En esta línea, surge la posibilidad de vivir el aprendizaje como un proceso más que como un objeto, donde adquieren más importancia los procedimientos que los contenidos.

El foco está puesto en el hacer, en el ‘aprender a aprender’, saber actuar en nuevas situaciones y prever posibles dificultades. Cobra valor la experiencia personal y la de otros, el aprendizaje colectivo y las vivencias diarias. El aprendizaje se amplía. Sin embargo, ¿dónde se dan estos aprendizajes? Parece ser que en general en nuestra sociedad y más específicamente en nuestra educación formal, el foco está puesto preferentemente en el saber entendido como retención de información, saber contenidos para rendir el SIMCE, la PSU e ingresar a la Educación Superior, donde también los contenidos cobran un papel preponderante. Entonces, ¿existen espacios que posibiliten aprendizajes transformadores? En Portas la experiencia plantea un diseño que apunta a que los jóvenes y quienes trabajan en la Organización experimenten este tipo de aprendizaje.

La apuesta de Fundación Portas apunta a que los jóvenes construyan un proyecto vital integral, terminen sus estudios superiores, crezcan en lo personal y relacional, desplieguen sus potencialidades, y en definitiva logren tener la vida que han soñado. Sin embargo, esta mirada considera relevante la revisión de las estructuras tradicionales. Como plantea Humberto Maturana, el foco debe estar puesto en el hacer, en preguntarnos, ¿cómo hacemos lo que hacemos? Esta pregunta proyecta un cambio de mirada radical y nos instala en la perspectiva de reflexionar sobre nuestro actuar, poniendo énfasis en los modos, los gestos, la manera de manifestar nuestras acciones, pero también en nuestras acciones en sí mismas. Desde esta discusión, surge un elemento que Portas considera relevante para definir los espacios de relación con otros y con nosotros mismos y que además, creemos que es fundamental para que se den los aprendizajes transformadores, este elemento es el amor. No entendido éste como amor romántico, sino como el establecimiento de relaciones vinculantes, cercanas, basadas en la confianza y el respeto, pero por sobre todo cimentadas en la valoración total y absoluta del otro como un ser válido. Siguiendo a Maturana, hablamos de amor cuando observamos a otro y este aparece como legítimo.
Al reconocer la validez del otro, inmediatamente abrimos la posibilidad para que ese otro exista en plenitud, valoramos su experiencia, su contexto, su diferencia, su historia y sus formas de ver y percibir la realidad, además de generar el espacio para que pueda manifestar sus miedos y aprensiones. Cuando hablamos de aprender y de transformarnos, decimos que debe ser en el contexto del amor, que incluya las formas, los modos y el hacer desde el amor, que no es otra cosa que un entorno modelado por el vínculo y la validación del otro. En este espacio tenemos mayor disposición al cambio pues las acciones que debamos corregir están entendidas dentro de un lugar de sentido, que tiene un enraizamiento profundo con lo que somos y con lo que deseamos.

*Recogido del artículo “El Aprendizaje en contexto vincular” publicado en Juventudes en Movimiento. Participación y Vínculo (Página 50) de Viviana Salvo Solari y Carlos Sánchez Pacheco

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