lunes, 15 de diciembre de 2014

El talento requiere oportunidades

Todos quienes trabajamos y tenemos un oficio que nos apasiona ponemos más atención a los espacios de realidad que nos evocan aquello que nos moviliza cotidianamente. Me imagino que el panadero debe prestar mayor atención a los costos de la harina que aquel que trabaja en una vulcanización o que un abogado estará más interesado en una reforma legal que un paisajista. Para quienes trabajamos en el tercer sector, específicamente en lo relativo a los mundos juveniles, el foco de atención está puesto en los jóvenes y en la manera cómo nuestra sociedad se relaciona con ellos. Cuando vemos televisión o leemos los diarios, la mirada se detiene a ver con más interés y detalle este punto.
Por lo anterior, nos llama la atención que se diga que hoy nuestro país es un espacio de posibilidades infinitas para los jóvenes, que tienen muchas becas para acceder a la educación superior, que se les apoya con la alimentación, el transporte, los libros, las fotocopias, en el caso que quieran estudiar, y también con apoyos para el emprendimiento, bonos para el trabajo, fondos concursables si son artistas, y como no mencionar la ya clásica Tarjeta Joven que entrega en Instituto Nacional de la Juventud (INJUV).



Visto así, efectivamente pareciera que los “chiquillos” no podrían quejarse, comparado con lo que Chile fue, esto significa un avance importante en el desarrollo para este grupo etáreo. Sin embargo, algunas dudas asaltan nuestro banco de ideas. ¿Son reales las oportunidades presentadas? ¿No son sólo indicadores económicos momentáneos los que aparecen en esta lista? Es imposible no pensar hoy en los jóvenes de la Universidad del Mar y en las “oportunidades” que tuvieron de estudiar una carrera universitaria con créditos y hoy se encuentran endeudados por un título que quizás no se les otorgará. O bien acordarse de los miles de jóvenes que hoy tienen títulos de carreras que no tienen cabida en este país, pero que sí se les vendió el discurso de que este aprendizaje académico les brindaría un futuro luminoso. Para qué hablar de los altos niveles de endeudamiento de muchos que ya pasaron por la universidad y que cargan ahora con la cruz de Dicom. No quiero parecer pesimista pues reconozco que hemos avanzado, pero creo que si el foco está puesto en establecer sólo relaciones económicas para que los jóvenes se desarrollen, estamos condenados al fracaso. Nuestra organización trabaja con jóvenes y estamos convencidos que el camino no sólo debe incluir recursos monetarios sino que se debe escuchar a la juventud para entender mejor sus necesidades y sus anhelos. Como dice el sociólogo Claudio Duarte: “Los jóvenes no son el futuro, son el presente” y por eso debemos escucharlos ahora para que puedan aportar al desarrollo del país.

Resulta interesante que parte importante de los recientes cambios a la educación superior surgieran desde el movimiento estudiantil y aún así se sigue viendo a los jóvenes como aquellos que no saben, que deben madurar, que no entienden cómo son las cosas, etc. Yo creo que los jóvenes sí saben y debemos escucharlos para poder brindarles oportunidades reales que potencien sus talentos individuales y que desarrollen también el sentido colectivo de la vida. Finalmente, debemos generar oportunidades que permitan que puedan desarrollarse como personas plenas, integrales y no sólo como maquinas orientadas a ser exitosos en lo material. Ojalá podamos poner el foco en la felicidad, en el desarrollo de habilidades personales y sociales, para que el futuro cercano no sólo sean profesionales con un título, sino que sean seres humanos integrales, que puedan y quieran ser felices, y que puedan ser un aporte profundo a nuestra sociedad.

Jóvenes Atlas

Chile ha avanzado mucho en materia de acceso a la educación superior pero no en la lucha contra la desigualdad. Los jóvenes de menores ingresos se incorporan al mundo universitario con una serie de desventajas comparativas con quienes tienen más posibilidades económicas, no sólo en lo relativo a conocimientos o colegio de origen, sino respecto al entorno familiar que se requiere para poder tener buenos resultados académicos.

Hace un tiempo tuve una conversación con una joven que ingresó a estudiar Ingeniería Civil Industrial. Era la primera en su familia en tener esta oportunidad, es más, era la primera en su grupo de amigos y la primera en su barrio en la universidad. Su complicación mayor no era la beca, pues tenía cubiertos los gastos para el estudio, sino que era la falta de comprensión por parte de su familia de los cambios que se producían al ingresar a la universidad. Se enfrentaba a los cuestionamientos de su madre por el tiempo que debía dedicar al estudio y que ahora “ya no ayudaba en la casa o no cuidaba a sus hermanos”. Le complicaba también no poder apoyar económicamente en su hogar ya que mientras se estudia “uno es sólo gasto”.


Estos casos son muy frecuentes en esta generación de jóvenes de contextos vulnerables que acceden a la universidad y que me gusta graficar con la figura de Atlas, el castigado titán que sostiene al mundo sobre sus hombros y que debe además resistir el peso de la humanidad entera. Estos jóvenes no sólo estudian, sino que lidian diariamente con familias que no comprenden su proceso, con padres que trabajan y que dependen de ellos para el cuidado de sus hermanos menores, con contextos marcados por la droga y el alcoholismo, familiares enfermos o embarazos, por ejemplo. Muchos de estos jóvenes sostienen a sus familias, se sienten responsables del bienestar colectivo y se viven la vida de los otros como propia, siendo el sostén emocional –y muchas veces económico- de sus  familias.

Al acceder a un nivel educativo más alto, se transforman en referentes de su entorno socio familiar, y se ven más requeridos para tomar decisiones o buscar soluciones a problemas que en otro contexto estarían en manos de los padres, como la mantención directa  del hogar, por ejemplo. Es frecuente en este ámbito que los estudiantes utilicen su beca de alimentación para comprar mercadería en el supermercado y con eso paliar las necesidades básicas no satisfechas en sus casas.

Esta rutina pasa a ser parte integrada en sus vidas y se vuelve transparente para ellos, impidiendo que logren apreciar cómo estas exigencias afectan su comportamiento en otros ámbitos, como el académico o el de las relaciones personales. Ya se acostumbraron a tener que postergarse por otros y aprendieron a vivir con una enorme carga emocional sobre sus hombros. Ante las exigencias, la opción de desertar aparece como una opción viable y así destinar el tiempo completo a trabajar y generar recursos para sus hogares.

De esto se desprende la necesidad urgente de generar espacios para que estos jóvenes puedan desplegar su potencial y para eso es clave no dejarlos solos asumiendo que lo único que se necesita para que exista movilidad social es tener más becas y más créditos. Tenemos que acompañarlos y promover que se desarrollen en integralidad y así sean capaces de enfrentarse a las dificultades con más y mejores herramientas vitales.

La sociedad en la que habitamos no promueve un desarrollo en integralidad, aprendemos por parte, disgregados, nos especializamos no sólo como profesionales sino como personas, somos expertos en materias puntuales, aquellas que son medibles y cuantificables, pero restamos importancia a lo valórico, al autoconocimiento y la reflexión respecto de nuestra propia vida.  Apoyemos a estos jóvenes para que no tengan que ser los sostenedores del mundo, acompañémoslos para que dejen de ser Atlas y así puedan crecer sin tener que abandonar sus sueños

Amor y aprendizaje

Cuando hablamos de aprendizaje, necesariamente hablamos de transformación. Esta transformación se relaciona, entre otras cosas, con los cambios que se producen cuando reflexionamos, cuando nos hacemos preguntas que implican la modificación de nuestros esquemas de percepción y actuación. Aprendemos cuando se produce un cambio en el sentir, actuar y ver el mundo, cuando modificamos nuestros esquemas y armamos otros nuevos, que también son modificables. En esta línea, surge la posibilidad de vivir el aprendizaje como un proceso más que como un objeto, donde adquieren más importancia los procedimientos que los contenidos.

El foco está puesto en el hacer, en el ‘aprender a aprender’, saber actuar en nuevas situaciones y prever posibles dificultades. Cobra valor la experiencia personal y la de otros, el aprendizaje colectivo y las vivencias diarias. El aprendizaje se amplía. Sin embargo, ¿dónde se dan estos aprendizajes? Parece ser que en general en nuestra sociedad y más específicamente en nuestra educación formal, el foco está puesto preferentemente en el saber entendido como retención de información, saber contenidos para rendir el SIMCE, la PSU e ingresar a la Educación Superior, donde también los contenidos cobran un papel preponderante. Entonces, ¿existen espacios que posibiliten aprendizajes transformadores? En Portas la experiencia plantea un diseño que apunta a que los jóvenes y quienes trabajan en la Organización experimenten este tipo de aprendizaje.

La apuesta de Fundación Portas apunta a que los jóvenes construyan un proyecto vital integral, terminen sus estudios superiores, crezcan en lo personal y relacional, desplieguen sus potencialidades, y en definitiva logren tener la vida que han soñado. Sin embargo, esta mirada considera relevante la revisión de las estructuras tradicionales. Como plantea Humberto Maturana, el foco debe estar puesto en el hacer, en preguntarnos, ¿cómo hacemos lo que hacemos? Esta pregunta proyecta un cambio de mirada radical y nos instala en la perspectiva de reflexionar sobre nuestro actuar, poniendo énfasis en los modos, los gestos, la manera de manifestar nuestras acciones, pero también en nuestras acciones en sí mismas. Desde esta discusión, surge un elemento que Portas considera relevante para definir los espacios de relación con otros y con nosotros mismos y que además, creemos que es fundamental para que se den los aprendizajes transformadores, este elemento es el amor. No entendido éste como amor romántico, sino como el establecimiento de relaciones vinculantes, cercanas, basadas en la confianza y el respeto, pero por sobre todo cimentadas en la valoración total y absoluta del otro como un ser válido. Siguiendo a Maturana, hablamos de amor cuando observamos a otro y este aparece como legítimo.
Al reconocer la validez del otro, inmediatamente abrimos la posibilidad para que ese otro exista en plenitud, valoramos su experiencia, su contexto, su diferencia, su historia y sus formas de ver y percibir la realidad, además de generar el espacio para que pueda manifestar sus miedos y aprensiones. Cuando hablamos de aprender y de transformarnos, decimos que debe ser en el contexto del amor, que incluya las formas, los modos y el hacer desde el amor, que no es otra cosa que un entorno modelado por el vínculo y la validación del otro. En este espacio tenemos mayor disposición al cambio pues las acciones que debamos corregir están entendidas dentro de un lugar de sentido, que tiene un enraizamiento profundo con lo que somos y con lo que deseamos.

*Recogido del artículo “El Aprendizaje en contexto vincular” publicado en Juventudes en Movimiento. Participación y Vínculo (Página 50) de Viviana Salvo Solari y Carlos Sánchez Pacheco

Carta a los jóvenes titulados

Hoy nos corresponde celebrar. Celebrar haberlos conocido y acompañarlos este tiempo de sus vidas.

Celebrar que eligieron ser parte de Portas y confiaron en los espacios que se les ofrecían. Participaron con el corazón, activamente desde sus estilos, se involucraron en el proceso. Se plantearon críticamente ante su vida, lo que ésta les proponía, ante sí mismos y con los otros. Miraron y se miraron, escucharon y compartieron. Rieron y lloraron. Se emocionaron en lo profundo.

Celebrar que en el trayecto nos dejaron ser cómplices de sus sueños y que en esa complicidad fuimos viendo cómo buscaban e iban encontrando el sentido para sus vidas presentes y futuras, cómo iban eligiendo la vida que querían para ustedes. El camino no fue siempre fácil y más de uno pensó en abandonarlo, pero sus sueños les ganaron a las dificultades. Fueron construyéndolos con convicción, esfuerzo y amor.

Celebrar que construyeron comunidad. Con sus compañeros que se fueron haciendo amigos, con el equipo que los acompañábamos y con toda la comunidad Portas.

Y celebrar, especialmente, que han alcanzado uno de los grandes sueños que tenían cuando entraron a Portas: Titularse de la Educación Superior.

Como ya les hemos dicho, su titulación nos genera una cierta ambivalencia: la pena profunda de que se vayan y que ya no nos veremos tan continuamente, junto a la tremenda alegría de que alcancen sus sueños y vayan a nuevos mundos. Esperamos que en esos mundos nuevos sean promotores de transformación y que construyan realidades acordes a sus valores y proyectos.

Por lo mismo, esta celebración no es de ninguna manera una despedida, más bien es una invitación a elegir nuevas maneras de encontrarnos. Ustedes han sido y seguirán siendo parte de la Comunidad Portas… pueden volver a ella cuántas veces quieran o lo necesiten.

Nos haría muy felices que participaran de las actividades de toda la comunidad, como la celebración de fiestas patrias, de navidad y las titulaciones de los que vienen; o de alguna de nuestras instancias voluntarias, en los talleres, haciendo tutorías, mentorías o quién sabe siendo socios.

Agradezco -y me permito hablar en nombre de todo el equipo- el haberlos conocido, el haber aprendido junto a ustedes y de ustedes, el haberlos visto llegar como niños e irse como personas grandes con grandes vidas. Agradezco las conversas, las risas, las lágrimas, las preguntas, los bailes, los viajes.


¡Los extrañaremos!